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Ruta senderista por la selva mediterránea de Espadán
Permítanme presentarme, soy Tino, natural de Guadalajara, y junto con Marisol, mi mujer, después de años veraneando en la playa, entre Benicàssim y Oropesa, hartos de oír a nuestros amigos de la zona hablar de los encantos del interior de provincia de Castellón decidimos que era el momento de conocerla.
Nos indicaron el nombre de una empresa, Itinerantur, los cuales nos presentaron la ruta por la cual optamos: “La selva mediterránea de Espadán”. Nos explicaron que ellos son traductores de paisajes y que el Parque Natural de la Sierra de Espadán posee los bosques de alcornoques mejor conservados de todo el arco mediterráneo español siendo conocido como la Selva Mediterránea.
En el corazón de este territorio se encuentra Aín, pueblo de origen musulmán cuyo topónimo significa “lugar de fuentes”, punto de partida de nuestra ruta. Dejamos el pueblo remontando primero el barranco de la Caridad, adornado de campos de cerezos y algunos molinos de agua, para enlazar después con el de la Horteta, escondido y frondoso. No tardaron nuestros guías en contarnos lo protegido que estaba aquel lugar y su importancia como enclave único en el interior castellonense.
Continuamos el ascenso para llegar al collado de Peñas Blancas, desde el que bajamos a través de un magnífico bosque de alcornoques muy bien conservado, con bellos y hermosos ejemplares, hasta la Masía de la Mosquera, paisaje que no se puede describir con palabras y antiguo núcleo de la industria corchera valenciana.
De no sabemos exactamente de dónde nuestros guías sacaron un almuerzo de productos autóctonos: pan, embutidos y quesos locales, frutas y verduras de temporada, mermeladas y zumos y un rico y fresco vino, todos hechos en Castellón. Nuestra guía nos comentó que la interpretación de los paisajes no es la misma sin saborear la cultura local… ¡Cuánta razón!.
Caminamos por la pista que recorre este paisaje hasta cruzarnos con la carretera Aín-Almedíjar, a través de la que accedimos al barranco de Almanzor (toma nombre de Zelim Almanzor, cabecilla de las revueltas moriscas del siglo XVI) donde los helechos gigantes y los árboles monumentales nos trasladan a una selva tropical. Lo remontamos hasta el collado de Íbola, donde iniciamos el descenso de vuelta hasta el barranco de la Caridad.
Camino de Aín se nos proporcionó la posibilidad de ascender, en muy poco tiempo, a las ruinas de su castillo, aislado y estratégicamente situado en el valle, antes de llegar de nuevo al punto de partida.
Este fue el punto final de nuestra ruta, aunque según nos comentaron nuestros guías, hay más diversidad de especies vegetales que en muchos países europeos enteros. La despedida fue, a la vez, triste y alegre. Triste por no poder llevarnos a casa un trocito de esta tierra, pero alegre porque hemos encontrado unos nuevos amigos, Belén, Chema y Lluc (el perro comprometido con el medio ambiente), los que fueron nuestros guías y que ahora forman parte de nuestros corazones.
GRACIAS, sí, en mayúsculas, por ser realmente traductores del paisaje. Nos volveremos a ver en alguna de vuestras rutas.